Tú la conoces. Ella es una amiga o compañera de trabajo. Asiste a tu iglesia. Tal vez ella esté en tu grupo pequeño o sirva como líder de un ministerio. Quizá sea la esposa de tu pastor, o quizá sea tu hija. Pero cerca de ti seguramente hay una madre que sufre de depresión. Mientras intenta ahuyentar la oscuridad, te preguntas cómo puedes cuidar de ella.
Muchos de nosotros no somos “ayudantes de personas” profesionales. No somos médicos, terapeutas autorizados, trabajadores sociales ni consejeros experimentados. Es posible que no nos sintamos preparados para caminar junto a las madres que se sienten atrapadas por el desaliento. Puede resultar intimidante entrar en la experiencia de aflicción de alguien, especialmente cuando nos cuesta entenderla. ¿Cómo podemos los laicos empezar a ayudar con un problema tan multifacético?
Muchos de nosotros no somos “ayudantes de personas” profesionales. No somos médicos, terapeutas autorizados, trabajadores sociales ni consejeros experimentados. Es posible que no nos sintamos preparados para caminar junto a las madres que se sienten atrapadas por el desaliento. Puede resultar intimidante entrar en la experiencia de aflicción de alguien, especialmente cuando nos cuesta entenderla. ¿Cómo podemos los laicos empezar a ayudar con un problema tan multifacético?